...

Del barro y los goces

Visitar Los dedos en el barro, exposición de cerámica de Martha Jiménez (Holguín, 1948) abierta en la galería Raúl Martínez del Palacio del Segundo Cabo desde febrero quince hasta el quince de marzo, es acudir a una cita con el hedonismo de buena ley: veintidós piezas de terracota que nos adentran en el universo del negro cubano a través del paladeo fruitivo de escenas, costumbres, instrumentos, modos, actitudes, muebles, para hurgar en el “ajiaco” nacional no con atisbos pintoresquistas, sino más bien con la cálida mirada de asunción.

Las negras de Martha (pues gravita la muestra, básicamente, sobre el sexo femenino: el varón aparece sólo como complemento erótico, como eslabón del placer para cuya aprobación se trabaja o se sufre), con una exuberancia digna de Rubens y tan del gusto popular cubano (pingües traseros, senos abultados, anchas caderas, cinturas afinadas), oscilan del chisme a la santería, del coqueteo al trago de café, del guisado a los celos, del pregón al aseo, y nos conducen a ese ambiente de solar propio de cierta zona de la poesía de Nicolás Guillén donde apreciamos el “color cubano” en toda su magnitud: jolgorio y resignación, choteo y patetismo, lascivia y mojigatería, bullicio y susurro, fanfarronería y timidez, y otra serie de pares antinómicos característicos de la cubanía.

Es notable en esta colección el interés de la autora por apresar los rasgos sicológicos de sus personajes: los dobleces del alma humana en “Gemelas”, la animadversión contra la víctima ausente que profesan las “Chismosas”, el masoquismo que ha entrañado siempre -desde el corsé y el miriñaque hasta el cold wave y los pendientes múltiples- el femenil regusto por la “Tortura de la belleza”, o el fino juego lúbrico mitad picardía mitad inocencia de los “Amantes”. También lo es la insistencia en sentar a sus criaturas en taburetes, con lo que consigue afirmar el criollismo y dotar a las composiciones de un subjetivo aliento a plática íntima, a espacio doméstico propicio a la reflexión, el descanso y, en última instancia, a la rumia consuetudinaria de la vida.

La factura, por su parte, es excelente. Coloreadas al natural mediante el empleo indistinto del racú y el engobe, las figuras de Martha trascienden el marco decorativo mercantil de gran parte de la cerámica al uso y se acercan -por su peso conceptual y formal- a una suerte de escultura en pequeño formato, reforzada tanto por el manejo barroco de signos y símbolos (reptiles, aves, utensilios, clavos, correas, vestiduras) como por la perfección de miniaturista con que afronta la solución de los detalles físicos, sicológicos y ornamentales de las piezas.

Hedonismo, repito, que nos propone el goce después de atravesar los ríos profundos de la técnica y la idea, para dejar sentado (en taburetes, desde luego) que esta mujer no sólo pone los dedos en el barro sino también la fuerza y la fe precisas con que se modelan los delirios auténticos.

 

Por: Jesús David Curbelo.

Los dedos en el barro, Palacio del Segundo Cabo, del 15 de febrero al 15 de marzo, 1997. Exposición de cerámicas de Martha Jiménez.