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Una mujer muy icónica-diría yo

Así han presentado a quien no necesita presentación. Si el Camagüey llevara nombre de mujer, bien podría llamarse Martha Jiménez, la autora de una de las obras más simbólicas de esta urbe: Las Chismosas de la Plaza del Carmen, premio internacional de la UNESCO en 1997.

Pero no siempre fue así.

En la tarde de este martes, la Miembro de Honor de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) llegó a la peña Estrechando Espacios del café literario La Comarca, en la Casa del Joven Creador agramontina. Les habló a los jóvenes de persistencia, esa que la hizo superar “todas las discriminaciones que ha sufrido por su condición de mujer”.

Ella, apasionada eterna de los volúmenes ya logró moldear una escultura de dos metros. Esa, la Martha Jiménez de hoy, saldó así un viejo pendiente de su época de estudiante en la Escuela Nacional de Instructores de Arte, donde en las clases de tallado en madera tenía que conformarse con un pedacito de material, mientras los varones obtenían trozos de hasta tres metros con que trabajar.

¡Y mira que insistió Leonardo Pablo!, el jefe de la sección de artes plásticas a la sazón conductor de esta entrevista, hizo malabares para disfrazar la misma pregunta en diversos moldes: que si cuál es tu exposición más importante; qué ocurrió con el premio UNESCO; cuál obra te consagra; ya crees que llegaste… la formuló, ya por último, de forma directa: “¿te sientes una persona importante?”.

Sus negativas fueron tan rotundas como sinceras: “No, eso no se sabe nunca. Nunca me he creído nada. Jamás me siento satisfecha, hay que persistir”. La persistencia parece ser para ella una suerte de mantra que todavía hoy lleva consigo.

En su etapa de estudiante estuvo entre quienes vivieron esos días de fiesta que fue el Salón de Mayo en La Habana. Esos años los recuerda muy bien y no consigue ocultar el orgullo de saberse discípula directa de Sosabravo, Cervando Cabrera, López Oliva, Mariano y Sandú Darié…

Holguinera de nacimiento y camagüeyana por convencimiento, a los seis años comenzó a dibujar allá en su natal San Germán, un pueblecito de central que atestiguó el surgir de una vocación de vida.

“Yo soy una provinciana –dice. En La Habana se creen que aquí estamos en el último mundo. No busqué salir y pretendo quedarme en Camagüey, fue mi obra la que salió primero, yo solo la he seguido”.

Del número de piezas que tiene en su haber no lleva la cuenta, “creo que son bastantes”- dice con un brillo despreocupado en la mirada. Da la impresión de que Martha no es consciente de sí y quizá ahí reside ese misterio que la enaltece, ese que hace a una disfrutar sacarla de su zona de confort de humildad infinita y forzarla a contar su historia, la de los años en la que fundó, junto a otras tres artistas, la AHS en Camagüey.

En cambio solo se consigue de ella esta palabras: “Más que conocida me interesa que mi obra sea aceptada, cuando veo que los jóvenes lo aceptan me digo: bueno, estoy en sintonía”. Para Martha todo artista tiene la misión de ayudar a los jóvenes, y lo afirma con todo el convencimiento de quien creció sin esa ayuda vital de otros ya grandes.

Y aunque los halagos la pongan visiblemente incómoda ya Martha no puede huir de esa iconicidad que porta consigo, ni de este hecho indiscutible: si el Camagüey llevara nombre de mujer, bien podría llamarse Martha Jiménez.  

 

Autor: Claudi Otazua Polo
Foto: Dilmert Rodríguez
Fuente: Asociación Hermanos Saíz